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El agua de Ixileku

    EL agua de IXILEKU reconoce todos y cada uno de los cauces de los diferentes arroyos que van
    a parar al MAR; pero no se queda ni definida ni parcelada en ningún arroyo.
    No es que no quiera, es que no puede.
    Nacen de un arroyo, aman el cauce, la procedencia y la corriente que trajo sus aguas hasta
    aquí; pero ya se disolvieron esas aguas en el MAR, y se dieron cuenta que sus aguas
    particulares y las aguas universales del OCÉANO tenían la misma composición de H2O,el
    mismo sabor a sal y la misma humedad.
    Observaron que una vez alcanzado el Océano, ya no importaba la procedencia del arroyo, esta
    ya quedaba atrás, fue el dedo que señalaba la luna, pero vista la luna el dedo se deja de mirar.
    Se dio cuenta de la no separación, las aguas se fundieron y el cauce perdió sus contornos de
    forma natural, sin forzar, porque los cauces se desdibujan solos en la medida en la que nos
    atrevemos a sumergirnos en el MAR.
    Las aguas que provienen de un estrecho cauce delimitado se encuentran con una expansión de
    agua sin delimitar, un agua que se multiplica vertida en una espaciosidad abierta, nítida,
    cristalina y diáfana que abarca tal cantidad de realidad que es imposible de acotar.
    Todos los ríos van a parar al MAR, cada cual sabe, reconoce, siente su particular vertido; nadie
    recorre el camino por otro, ni nadie contiene la totalidad, cada cual apunta un vislumbre de
    verdad.
    Estas aguas, son unas sencillas aguas sin más, valiosas en cuanto nos recorren y nos dan de
    beber, a ellas nos debemos, y las cuidamos porque nos nutren, y nos hacemos receptáculo
    para nutrir a otros, en un dar y recibir complementario.
    Esas aguas nos han empapado del todo, somos responsables de su transparencia, ellas nos han
    encontrado, somos los buscados, esa transparencia se nos ha mostrado y ha dilatado
    nuestros cauces, desapropiándonos de todo arroyo, el MAR así lo ha querido, no tiene el agua
    voluntad separada.
    Ninguna clase de agua nace para ser retenida, no tienen dueño, nacen para ser vertidas.
    Hemos de despejar nuestros cauces internos, para que las aguas nos traspasen y den de beber
    a otros, para empapar cada vez más cantidad de realidad, en un ciclo infinito de entrega
    oceánica, que es para lo que están.
    Estas aguas no se identifican con la particularidad de ningún cauce concreto, no han nacido
    para los arroyos, ni descansan en una identidad.
    Han nacido para la inmensidad, para la acuidad, descansan en la oceaneidad que es común a
    todos los arroyos. Sólo ahí encuentran remanso, cada vez más en la imperturbabilidad de las
    profundidades oceánicas que en el vaivén del oleaje que fluctúa incesantemente.
    Apuntan al patrimonio acuático de la humanidad que como herencia universal nos pertenece a
    todos, estas aguas anhelan bañarse en un mar común, un agua no parcelada en la que nadie
    distinga que parte del mar le corresponde, y qué parte le define.
    Partieron de una identidad concreta para disolverse en una no identidad.
    De un “leku” (lugar), a un “ixileku” (lugar de SILENCIO, no lugar).
    Los contornos definidos del arroyo concreto les daban seguridad, cuesta liberarse de los
    cauces y dejar que las aguas fluyan por la corriente sin contornos, el vértigo de la intemperie
    es doloroso.
    Son aguas que pasan a recorrer territorios no transitados, y la sensación es de que se van a
    desparramar o a disolver en la espaciosidad abierta de unos cauces no definidos.
    Atravesado ese tramo de tránsito, el descanso oceánico expande tanto la sensación de
    pertenencia infinita, de vínculo cósmico y de vuelo ilimitado que ya no pueden mirar atrás, ni
    contenerse en un cauce que acota más su libertad.
    Abruma al principio tanta inmensidad, son aguas acostumbradas a la estrechez del conducto,
    a la organización, a la definición y a la estructura del cauce; pero atravesado el miedo a lo
    demasiado abierto, el descanso tiene mayor abarcabilidad.
    Absorbieron del todo las aguas de procedencia, las integraron y las trascendieron.

    Cuando esas aguas se topan con el azulado MAR, se dan cuenta que hay una contención
    mucho mayor que la del cauce particular, y que esa contención es existencial, no es una
    estructura humana con diques controlados la que ejerce esta sustentación, es algo mucho
    mayor que no permite que nuestras aguas, si realmente son puras y valiosas se pierdan, ni que
    la fuente se seque, son contenidas y guiadas hacia el MAR, porque el MAR sabe de cada una de
    sus pertenencias, y no necesita de nuestra definición para conducirlas, para amarlas y para
    cuidar de ellas.
    En lo que es todo AMOR, no cabe fragmentación.
    El agua acaba yendo por donde la VIDA quiere que vaya, nosotros solo rendirnos y permitir
    que así sea.
    Hemos de ser fieles al flujo de nuestras aguas, sentir si son parte de un arroyo o si no
    distinguen entre ríos y océanos, todo tiene el mismo sabor a sal, y las aguas portan la misma
    humedad.
    Anhelamos ser agua y nada más, el MAR contiene todo y no retiene nada.
    No queremos poner límites a las olas, ni etiquetarlas, ni definirlas, ni diferenciarlas.
    Una eseidad sin fronteras, un SER sin atributos.
    Seamos conscientes del agua que somos, y sintamos si nuestras aguas se identifican con un
    arroyo o si por el contrario viven en un OCÉANO sin delimitar.
    Todo está bien si en el viaje de SER, nuestras aguas van siendo transparentadas, para dejar de
    referenciarse a sí mismas, entregarse a los otros, a todo lo otro, y acabar disolviéndose en el
    MAR.
    Está claro, que no toda clase de agua sacia la sed de SER, la sed de eternidad.
    No es este un viaje de entretenimiento, es un viaje de transformación; y ese sin duda pasa por
    la cantidad de agua que está contenida en nuestra gota, ahí el ser persona adquiere su
    especificidad, para llegar a desposeerse y sencillamente AMAR.