No somos seres aislados, vivimos en continua relación, ahí está el meollo de la cuestión.
En cada encuentro con el otro nos exponemos, cada uno nos muestra una faceta diferente de nosotros mismos, en el otro nos espejamos, en ese espejo nos reconocemos, y cada reconocimiento nos permite dar un pasito más en esto de SER nosotros mismos.
Por eso es tan importante, maestro, cuando me encuentro contigo, que esté atento para saber reconocer, exactamente qué es lo que me traes, y qué es lo que yo te puedo dar, para que los dos salgamos beneficiados, y cada uno se vaya a su casa, con la parte del aprendizaje que le toca en el intercambio, ni más ni por supuesto menos.
Observemos tras cada encuentro qué es lo que se me ha movido por dentro, qué se activa, que me afecta, que me hace reaccionar, qué me perturba, que me engancha o qué me echa para atrás.
No se trata de aislarnos para evitar friccionar, hemos de aprender a vivir relacionados, no somos ermitaños, es en este dar y recibir donde crecemos, nuestros egos se pulen rozándonos.
Todos somos maestros de todos, en realidad somos lo mismo en aparentes diferentes cuerpos. Aprender de cada encuentro es un arte, sea cual sea el contenido que se da entre dos seres, ahí surge algo, y ese algo es información que nos vuelve siempre a nosotros mismos.
Todos tenemos luz y oscuridad, pero esencialmente estamos más allá de los opuestos.
No quedarnos ciegos con la luz del otro, ni opacados con la oscuridad, es un reto, guardar una distancia prudente para con los movimientos ajenos es un arte, sin ese espacio intermedio nos amalgamamos y en esa fusión nos perdemos.
El punto de atención no está en la fijación de los cuerpos, ni en la atracción ni en la repulsión, sino en el espacio intermedio, la suficiente distancia para aprender de lo vertido y la prudencia necesaria para saber retirarme cuando ya se ha dado todo, si el cuerpo quiere más se apega a lo que no es suyo, succiona la energía ajena robándosela al otro, o por el contrario, sale corriendo sin esperar a que lo que tenga que ser, sea ofrecido.
Poder ver lo esencial que habita en el otro es ver desde lo real, todo lo demás es ficción, al margen de lo condicionado hay un ser como yo, intacto ; lo demás son solo capas que cubren lo verdadero. A más capas identificadas, más se encuentra eso hondo.
Aprender de las relaciones para iluminar nuestros rincones más oscuros es el asunto.
Amar más allá de las apariencias, más allá de las personalidades, relacionarnos solo desde la esencia es realmente lo propio.
La oscuridad ajena es una luz que ilumina nuestra propia sombra, todo lo de todos son datos de lo mío.
Con una cierta distancia de nosotros mismos, recibimos lo del otro con mayor holgura, si hacemos demasiada crítica, demasiado juicio, si reaccionamos constantemente es que estamos excesivamente pegados a nosotros mismos, identificados con nuestro personaje y a flor de piel con nuestro ego.
Lo que en realidad somos es imperturbable, nada ni nadie lo toca; pero normalmente no descansamos en ese espacio, porque no lo reconocemos, de ahí viene tanto conflicto, tanta pelea, tanta resistencia y una sensación de continua amenaza.
En la clave de supervivencia las relaciones son fuente de continua fricción.
Nos tomamos la vida demasiado personal, y en lo personal nos defendemos, nos ofendemos, dramatizamos, victimizamos, nos comparamos, envidiamos, nos perturbamos…
Hay otra posibilidad en esta especie humana, sí que es realmente capaz de amar, pero para eso ha de aplicar la consciencia constante, la desidentificación del personaje y el desapego; todo lo demás no es amar, es reptar.
Solo se puede realmente amar, desde la no necesidad.
Las relaciones son el gimnasio para fortalecer el músculo del AMOR, podemos aprovechar cada instante de cada escena para ejercitar, no hay otra cosa que no sea sencillamente amar.
Recuerda cada vez que te encuentres con alguien que los dos sois maestros de lo que en medio se da, y que el mejor aprendizaje pasa por escuchar al maestro del corazón, y ese está sin duda dentro de cada uno.